
Cierto día el profesor y yo íbamos caminando por calle Santa Fe, en el barrio de Palermo, discutiendo la última película de Pablo Trapero, "Carancho". El punto de conversación concretamente era la cantidad de opiniones, en ocasiones adversas, que habíamos recibido luego de comentar la película con varios amigos y colegas.
El profesor se mantenía en una posición, digamos, despreocupada con respecto a esa diversidad de opiniones cuando yo estaba de alguna manera contrariado ya que a nosotros, a grandes rasgos, nos había parecido correcta a otros les había parecido pésima y a otros genial.
Evidentemente al Profesor ese tema le había agotado la paciencia puesto que a modo de cierre me dijo que si mi intención era obtener una conclusión valedera sobre cierto tema en particular debía abstenerme a consultar a quienes yo consideraba que pudieran ser referentes de dicho tema y no a cualquier alma que se me cruce por delante, pues eso a la larga solo lograría confundirme y colocar ideas erróneas en mi cabeza; y llegando a la zona de Plaza Italia me dijo que en breve iba a conseguir una demostración.
Llegando a la feria de la plaza donde se comercializan libros usados, sacó de su morral un libro pequeño, de tapa tan gastada que ni el título ni el autor se podían ya percibir; realmente parecía que ese libro hubiese soportado los peores tratos durante siglos. Me dio el libro y me indicó que tratara de venderlo pero que no acepte menos de $100 por él. Honestamente me pareció una locura, ya que era tan pobre el estado de ese pequeño tomo que ni yo mismo lo hubiese comprado por la mitad de ese valor. Así y todo me encomendé a la misión que me había propuesto el Profesor.
Efectivamente nadie me ofrecía más de $15 o $20 y al escuchar que mi intención era recibir $100 algunos hasta soltaban una estruendosa carcajada.
Sin sentirme derrotado por no haber podido vender el libro, ya que honestamente nunca creí en la posibilidad de hacerlo, aunque un poco avergonzado por haber recibido las burlas de varios puesteros, volví a reunirme con el Profesor quien me esperaba fumando su pipa sentado en un banco de la plaza.
Le conté cual había sido mi experiencia y tampoco pude notar sorpresa en la cara del Profesor, pero al terminar me pidió que lo acompañe a un último lugar antes de emprender el regreso a nuestras casas.
Caminamos unas cuadras hasta salir de esa zona tan comercial y llegamos finalmente hasta un pequeño negocio, sutilmente iluminado cual único indicio de su condición era un cartel sobre la puerta que decía "Librería Ovidio". Al entrar, el aparente dueño del local, un hombre de unos 70 años, nos recibió acaloradamente, especialmente al profesor a quien daba la impresión que ya lo conocía de antes.
Luego de las protocolares preguntas que hacen las personas cuando pasan mucho sin verse, el Profesor le dijo que por fin se había decidido y que iba a venderle "el libro". Los ojos del librero se llenaron de sorpresa como si hubiera recobrado la juventud perdida, aunque ese gesto duró solo unos instantes en su rostro para dejar lugar a un gesto mezcla de decepción y vergüenza.
Cuando recobró el habla le dijo: "Profesor, está siendo usted muy injusto conmigo, sabe bien que mi situación financiera actual no es la misma que hace unos años, en este momento solo podría ofrecerle una minima parte de lo que ese libro vale."
El Profesor dijo que el dinero no era importante, sino que sabía que no había mejor lugar para el libro que en sus manos, pero que también sabía que su orgullo le impediría aceptarlo como obsequio.
El tendero respondió: "Usted Profesor no ha cambiado en nada y como de costumbre está en lo cierto. Espero que no lo tome como un insulto pero en este momento solo puedo ofrecerle $1500 por el libro"
El profesor aceptó de buena gana y volvió a sacar de su morral ese viejo libro que yo había intentado vender por $100 en Plaza Italia y acto seguido se lo dio al librero. Luego de recibir el cheque, que Ovidio se apresuró a escribir como temiendo que el Profesor se arrepintiera, nos despedimos y nos retiramos del local.
Yo no podía salir de mi asombro, toda esa escena se me antojaba irreal. Así fue como me explicó que ese libro formaba parte de una colección de la cual solo se había impreso 10 copias en todo el mundo y que en ciertos círculos especializados, ese tomo podría valuarse en 5 veces lo que el librero había pagado por él.
De esa manera el profesor me explicó que es de suma importancia poder evaluar que opiniones, consejos, críticas y juicios vamos a incorporar en nuestra vida. Que muchas veces las personas sienten una necesidad imperiosa de opinar y emitir juicios sobre cosas y situaciones las cuales son totalmente ajenas a su entendimiento, inundando nuestra cabeza de medias verdades y falsas certezas que solo cumplen la función de desviarnos de la sabiduría y el pensamiento crítico; y que al momento de buscar consejo u opinión debemos acudir a quienes sean versados en el tema de análisis, alejándonos de los otros que, como se indicó anteriormente, solo lograrán confundirnos.
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