martes, 15 de junio de 2010

El Artesano y el Administrador


Tanto al Profesor como a mi nos apasiona el invierno, coincidimos que es la estación del año en la que, por alguna razón extraña, nos sentimos mas cómodos. El cobijo que nos brinda ese antiguo hogar a leña en la casa del Profesor acompañado por el aroma a café recién hecho crea el ambiente perfecto para extendernos en horas y horas de conversación. Y uno de los temas mas recurrentes en nuestras conversaciones, vaya uno a saber por qué, es la felicidad. Hemos pasado horas preguntándonos ¿qué es la felicidad? y ¿si es posible acercarse a ella?.
En uno de esos encuentros, el Profesor, mientras vaciaba de cenizas su pipa, me contó una historia que había presenciado hacía algunos años en uno de sus viajes a Uruguay.
En esa época el Profesor estaba recorriendo la costa de dicho país junto a uno de sus colegas de la Universidad, un profesor de Administración de Negocios. Habiendo llegado a un pequeño pueblo llamado La Pedrera, se toparon con un artesano que hacía esculturas en madera. Las obras de este hombre eran de una calidad y una perfección asombrosa. El grado de detalle que el artesano lograba plasmar en sus obras era magnífico. Maravillados por las obras que tenían enfrente no pudieron contener las ganas de felicitar a aquel humilde artesano que vendía sus obras en la feria del pueblo. En un punto de la conversación, el colega del Profesor le pregunta al artesano cuanto tiempo tardaba en terminar cada una de sus obras. El artesano respondió que no mucho, que era algo que había aprendido de niño, casi como un pasatiempo, y que con los años ya no le costaba demasiado trabajo. Preguntó entonces el profesor de Administración que por qué no empleaba mas tiempo en sus artesanías para de esa manera generar mas ingresos. El artesano respondió que no lo necesitaba, que trabajando de esa manera cubría las necesidades de su familia. Se despertaba a media mañana, desayunaba junto a su esposa, comenzaba a tallar la madera y para pasado el mediodía ya tenía terminada su obra. Luego jugaba con su pequeña hija, y entrada la tarde llegaba a la feria para vender sus creaciones para cuando llegaba el anochecer poder retirarse al bar del pueblo para tocar la guitarra junto a sus amigos mientras compartían algunas copas de vino. Así casi todos los días.
El colega del Profesor dijo que el poseía un postgrado en Administración de empresas que, tal vez, él podría ayudarle. Le dijo que debería emplear más tiempo en hacer sus obras, para de esa manera poder vender más. Con ese dinero extra podría abrir un negocio y salir de la feria, podría contratar aprendices que lo ayuden a crear mas obras y así tener mas dinero. Una vez que el dinero sea suficiente mudarse a la capital abriendo un negocio más grande para contratar más aprendices que hagan más piezas y así generar cada vez más ingresos.
El artesano pregunto pensativo que cuánto demoraba eso. Unos 12 o 15 años respondió el colega del Profesor. "¿Y luego qué?", preguntó el artesano.
"Ahí viene la mejor parte". Contestó el colega del Profesor, "Cuando tengas mas dinero, podrás abrir sucursales en todo el país y en poco podrías llegar a tener millones".
"¿Y que debería hacer yo con esos millones?" preguntó el artesano. Sorprendido por la pregunta el catedrático respondió que luego de poseer millones él podría hacer lo que quisiese, dormir hasta tarde, jugar con sus hijos, en fin disfrutar de la vida.
El artesano meditó por unos segundos y dijo: "Aprecio su intención de ayudarme señor, pero no veo porque esperar entre 15 y 20 años para hacer lo que ya estoy haciendo ahora".

Volviendo a cargar su pipa, el Profesor me dijo que por respeto no había interrumpido a su colega, pero él en todo momento supo que su planteo era equivocado ya que si algo sabía sobre la felicidad es que la felicidad en un trayecto, no un destino.

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